lunes, 21 de mayo de 2012

El agua




En las aguas del río San Lorenzo, en Canadá, habita la ballena beluga, de color blanco, única especie de ballena de agua dulce en el mundo. Este animal es ahora  tóxico. Los peligrosos elementos químicos que han ido formándose en el río gradualmente durante los últimos 40 años han pasado a la ballena beluga a través  de su proceso de nutrición. Sus tejidos están de tal manera invadidos por estos 8 concentrados químicos que la legislación canadiense ordena deshacerse de los  cuerpos muertos de estas ballenas como si fueran desechos tóxicos.
¿Es esto la culminación de la civilización industrial: que hayamos sido capaces de transformar una de las más bellas y sorprendentes criaturas en un bulto flotante tóxico? Algunas de las compañías responsables de esta profanación siguen negando su culpabilidad en estos hechos, alegando en su defensa el sagrado principio, esgrimido desde siempre por los fabricantes, según el cual sus productos son innocuos hasta que se demuestre que son directamente causantes de algún perjuicio ecológico. Pero ya desde hace mucho tiempo, los expertos marinos y acuáticos piensan que cualquier nuevo componente que se vierta en nuestros mares o ríos debe ser considerado como potencialmente letal, hasta que sea demostrada su inocuidad.
Antes de la Edad de la Razón y de la llegada de la ciencia moderna, nuestros antepasados invariablemente adscribían un especial significado espiritual a los ríos y lagos, a los océanos y a los mares. Se tenía como sacrilegio profanar las aguas de un arroyo limpio o de un bello río, no sólo porque se viera en ellas una poderosa fuente de inspiración y de satisfacción estética, sino porque eran las fuentes de riqueza entregadas por Dios y de las cuales dependían sus vidas. Contaminación es la forma contemporánea de denominar ese proceso de profanación.
Parte de esa contaminación es claramente visible: las espumas de los ríos, la capa de aceite en la superficie de los lagos, la basura doméstica arrojada en los arroyos. Pero gran parte de la contaminación no se ve. Los lagos afectados por la lluvia ácida pueden seguir teniendo una belleza deslumbrante y, sin embargo, estar sin vida en sus aguas profundas.
Por desgracia, la agresión al ambiente no acaba ahí. Nuestros mares, ríos y lagos poseen abundante diversidad de especies, muchas de las cuales han proporcionada a la humanidad, a lo largo de los siglos, un permanente caudal de nutritivo alimento. Nunca había existido amenaza alguna para esta fuente equilibrada de alimentos, hasta que en el siglo XIX la aparición de barcos más grandes y la mayor eficacia en las técnicas de pesca empezaron a hacer serias incursiones en las reservas de especies básicas. A partir de entonces, desde  las ballenas más grandes del océano hasta los crustáceos más diminutos de agua dulce, toda una gama de especies comestibles han padecido un constante exceso de explotación a manos del hombre industrializado.
Pocos ejemplos hay más claros de lo que el ecologista estadounidense Garret Hardin denomina “la tragedia de los recursos comunes”. Por miedo a perder terreno ante sus competidores, ningún pescador puede permitirse restringir sus 9capturas, sino que, por el contrario, tratará de pescar todo lo posible. Esto da lugar a una cadena ininterrumpida de desastres ecológicos que van acompañados de grandes y, en gran medida, innecesarios sufrimientos humanos, cuando se pierden puestos de trabajo y muchos hogares quedan destruidos.
Pero aún más amenazantes que las situaciones descritas, se perfilan dos problemas que ya están afectando las vidas de millones de personas: la carencia de agua potable y la total escasez de agua. Una asombrosa proporción de enfermedades y muertes prematuras en los países del Tercer Mundo  se debe al agua de consumo en malas condiciones. Se calcula que 25.000 personas mueren diariamente por beber agua contaminada. En 1.980, las Naciones Unidas iniciaron la Década Internacional de la Sanidad y el Agua Potable con el lema “Para el año 1.990,  agua limpia y condiciones sanitarias adecuadas para todos”. Aunque se logró que millones de personas dispusieran de agua potable no contaminada, el crecimiento de la población mundial neutralizó muchos de los logros conseguidos.
Y al final de los ochentas, prácticamente la misma proporción de la población mundial seguía careciendo de agua limpia y condiciones sanitarias adecuadas.
En el Tercer Mundo, no es el agua lo que escasea, sino la comprensión, la justicia  y el dinero por parte de los países ricos del Norte. De hecho, bien podría ocurrir que fuera el Norte el que antes sufriera el impacto de la escasez real de agua como consecuencia de su endémico despilfarro. Ahora se sabe que se hubiera necesitado dedicar 80 millones de dólares americanos cada día de la década anterior para alcanzar los objetivos que las Naciones Unidas se propusieron en
1.980. Parece una enorme cantidad de dinero, pero cuando se piensa que el Reino
Unido está estudiando actualmente la posibilidad de asignar 26.000 millones de libras esterlinas (50.000 millones de dólares) en mejorar la calidad del agua y las condiciones ambientales, está claro que aquel dinero podía haberse conseguido.
Estas inversiones desproporcionadas refuerzan la creencia general de todo lo que se dice sobre “proteger el ambiente” sólo se traducirá en hechos concretos en los países ricos industrializados, lo que hará aún mayor la cruel división entre el Norte y el Sur.
Salvemos la tierra
Aguilar Editor
México, 1.991.