jueves, 21 de marzo de 2013

Hay dos tipos de personas..








    De la producción cinematográfica “Mi nombre es Khan”, me ha quedado grabada esta frase que la madre del protagonista le recalcaba a Khan su hijo, personaje que padece del Síndrome de Asperger -una rara forma de autismo-. Su madre le expresaba esta única forma de ver a los seres humanos ante conflictos surgidos en su momento  entre musulmanes e hindúes, perteneciendo Khan al grupo de los musulmanes. Mientras Khan presenciaba una  discusión en la que se hablaba de muerte y venganza, la madre dibujó dos figuras masculinas idénticas, una con una espada y otra con una flor. Le preguntó a su hijo cuál de ambos era musulmán y cual hindú.
    Como era de esperarse, no había ninguna diferencia, ambas siluetas eran exactas, solo las diferenciaba su actitud. Uno con maldad y mucho odio, el otro de bondad y amor. Esta escena, esa enseñanza, sencilla pero profunda, acompañó a Khan en el curso de su vida adulta, incluso más tarde cuando viviendo en Norteamérica, en fechas cercanas al once de septiembre, se le pretendió tildar de terrorista por el simple hecho de ser musulmán.
    ¿Cuántas veces no caemos en el grave error de prejuzgar o somos nosotros mismos prejuzgados? El prejuicio es una de las peores faltas que podamos cometer hacia nuestros semejantes. Factores como: la forma de vestir, la inclinación política, la raza, la religión, la orientación sexual, la condición social, entre otros, hacen que veamos o se nos vea con otros ojos por quienes no pertenezcan a nuestro grupo.  Los miramos distinto, hasta mal. Nos predisponemos al mal. Creemos ingenuamente que esas personas son malas o nos harán daño.
    Nuestra tarea debe ser mirar con los ojos del alma. Del espíritu, de la bondad. El alma poco se puede engañar. Hay que desprenderse de esos  dañinos prejuicios, todos somos iguales no solo en la tierra, sino además ante los ojos de Dios. Un gran ejemplo de esta aseveración la representó el propio Jesús, cuando ante la mujer adúltera, pecadora, que debía morir apedreada por su falta. Presente Cristo en  este escenario, les exclamó a los castigadores de la mujer: “el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra.” Estos últimos se fueron retirando uno a uno.
    Nadie tiene derecho a prejuzgar a nadie, todos somos distintos, eso no es una debilidad, al contrario es una fortaleza. Bienvenido sea el disenso, la diferencia, siempre que se planteen en términos de respeto e igualdad. Al igual que la madre de Khan, yo coincido en que en este nuestro mundo solo hay dos tipos de seres humanos, los buenos y los malos.


domingo, 3 de marzo de 2013

Bendito alcohol, maldito veneno




La sustancia hecha a partir de algunos productos naturales como la cebada, el maíz o frutas como las uvas o las naranjas, se conoce como alcohol etílico. Ese alcohol etílico o etanol, puede tornarse en un líquido con delicioso gusto y aroma. Les hablo de la cerveza, el whisky, el vino o el vodka por citar algunos. Estas aromáticas, refrescantes y algunas deliciosas sustancias, son capaces de crear todo un cataclismo en el cuerpo humano, especialmente si se abusa de ellas.
Al entrar al torrente sanguíneo, esta sustancia genera una serie de sensaciones, comenzando por el placer, la desinhibición -se dice o hace, lo que en estado de sobriedad no se diría o haría-, hasta allí vamos muy bien. Son capaces también estos compuestos de generar una sensación de alivio, de bienestar. Bajo el efecto de este compuesto, hay una sensación de placer. Es el alcohol etílico, expresado en cualquiera de sus variedades, una droga de gran potencia.
Esa droga introducida a nuestro cuerpo por vía oral –bebido-, inicia un viaje a través de todo nuestro cuerpo, utilizando la sangre como el vehículo ideal para pasearse por los órganos que componen nuestra humanidad. En el transcurso del viaje, visita corazón, hígado, riñones, páncreas, y cerebro entre muchos otros. Nuestro cuerpo no lo entiende, el sistema nervioso central se encuentra confundido, específicamente deprimido.
Luego de algunas copas, nuestro cuerpo ya no tiene el control, nos podemos tornar erráticos, confundidos, el efecto positivo se ha ido, el organismo comienza a cobrar las facturas de ese consumo exagerado.  A estas alturas, poco sabemos de nuestra conducta, el alcohol consumido comienza a atacar desde tres flancos, el físico, -sintiéndonos mal, mareados y en algunos casos con vómitos-. El psicológico, -no siendo responsables de lo que hacemos o decimos, parecemos otras personas- y el social, -corriendo el riesgo de “poner la cómica”-.  Al día siguiente, continúan las consecuencias, dolor de cabeza, diarreas, “ratón moral” – vergüenza por cosas que hicimos y de las que nos arrepentimos-.
La mayoría de las personas hemos experimentado una “borrachera” alguna vez en nuestra vida. Pero hay un elemento que hace de las bebidas alcohólicas, como todas las drogas, un verdadero peligro, ese elemento es la dependencia. Si comenzamos a depender de estas sustancias para alejarnos de la realidad, evadir los problemas, o para sentir esa falsa sensación de seguridad  que el alcohol nos provee, estaremos ante un grave problema, corremos el riesgo de ser alcohólicos.
La persona alcohólica no es necesariamente el “borrachito” que vemos tirado en las aceras, ¡Cuidado! Ese es alcohólico, pero también puede serlo el gerente de la compañía, el amigo el hermano o tú mismo. No hay que llegar a la condición de indigencia para ser dependiente. El alcohólico, tiene terror a admitir que lo es, ese es su peor temor, el estigma social. En la curación de los enfermos de alcoholismo, el paso más difícil es admitir que es débil ante la sustancia. Quien lo admite, tiene la mitad de la batalla ganada.

Para ser poseedor de esta enfermedad, orgánica pero también psicológica, deben conjugarse algunos factores, uno de ellos, la predisposición genética. Esas personas que cuando consumen, les provoca tomar más y más, popularmente se dice que se les “abre la tripa cañera”. Por otro lado, el contacto con la sustancia y un consumo regular. Con eso bastaría para que seamos dependientes. Son esas personas que todo lo quieren pasar con alcohol, sea bueno o malo. Si están contentos, unos tragos, pero si están tristes, tragos también. Si no hay ocasión, la inventan.
En Venezuela se manejan niveles de consumo, altísimos. En nuestro país, negocio prospero la venta de alcohol, son las licorerías unos templos, sobretodo en fin de semana y días de asueto. Quiero dejar claro que no es sano consumir alcohol todas las semanas, el borrachito no es feliz, eso es falso. Cuídate, cuida a tu familia, quiérete, valórate. Si alguno siente que está bebiendo de más, busque ayude. No te dejes dominar por esta enfermedad del cuerpo, de la mente y del alma. La vida vale la pena. Que Dios te ayude.

Emigdio Castillo Aponte
@EmigdioCA